Julieta tenía las tetas grandes y bonitas. Eran compradas pero eran bonitas. Nunca había sentido la pulsión de meter la cara en unas tetas, o tan siquiera lamerlas; pero las suyas provocaban en mí ese instinto de lo bonitas. No conocía la versión oficial de cómo Julieta había terminado pariendo hijos de El puto asshole. No imaginaba que una bola de carne putrefacta fuera capaz de reproducir. El caso es que me intrigaba enormemente el momento en el que ella decidió compartir su vida con un mandril subdesarrollado. Parece que fue mientras trabajaba en las Bahamas, presuntamente de camarera, cuando pasó todo. No me pregunten en realidad qué trabajo era para que en dos días decidiera amar y compartir su vida con un seboso en un bosque en medio de la nada. La llamada "gracia de dios" supongo (un dios con sombrero de copa y traje con estrellitas).
Ella me había engatusado por teléfono. Como las sirenas a los marineros para descuartizarlos. Me prometió aventuras y un trabajo de verano bien remunerado. Al final ni lo uno ni lo otro. Era una persona parcialmente infeliz, aunque creo que su condición de mantenida la había aceptado desde hacía tiempo. No tenía muchos amigos pero se enorgullecía de los pocos que tenía, aunque no había motivos para hacerlo. Su vida pasaba sin mayores altibajos en aquella espesura de pinos. Buscaba compañía como fuera y de cualquier tipo, ya fuera por teléfono, engatusando a la familia prometiendo las dichosas aventuras, o por internet, concertando algún affaire que arrojara un poco de luz a su matrimonio. Su menú de conversación era un tanto raquítico. Cuando aturdían los silencios recordaba en voz alta, y en forma de cátedra, los conocimientos que adquirió en sus años de universidad. Le encantaba decir cosas como "etimología", y acto seguido exponer la definición. (Siempre es una buena forma de llenar la vergüenza cultural, el recordar épocas de esplendor académico. Como el regocijo que sientes cuando contestas bien, y por azar, las preguntas de los concursos de televisión).
Julieta había vendido su futuro por unas tetas y algo de sirope para tortitas.
Vendió su alma al paraíso de plástico, donde fabricaban mansiones en menos de una semana y el pollo tenía un regusto propio del mismísimo Chernobil.